Esparta, la ciudad-estado que encarnó la disciplina, el militarismo y la austeridad en la antigua Grecia, tiene unos orígenes tan fascinantes como complejos. Situada en el corazón del Peloponeso, su formación no fue un evento aislado, sino el resultado de un lento proceso histórico marcado por migraciones, mitos fundacionales y una singular fusión de tradiciones indígenas y foráneas.
En este artículo vamos a explorar los orígenes del Estado espartano, desde las convulsiones del final de la Edad del Bronce hasta la consolidación de su identidad en el siglo IX a. C.
El ocaso del mundo micénico y la llegada de los dorios
El colapso de una civilización
Hacia el 1200-1100 a. C., el mundo mediterráneo oriental vivió un periodo de profundas transformaciones. Los reinos micénicos, que dominaban la Grecia continental con sus palacios fortificados y una sofisticada burocracia, entraron en declive.
Las causas de esta crisis son objeto de debate, pero las evidencias apuntan a una combinación de factores:
- Conflictos internos.
- Desastres naturales.
- Especialmente, las incursiones de los enigmáticos pueblos del mar, cuya presencia está documentada en textos egipcios y mesopotámicos.
En el Peloponeso, centros como Micenas, Tirinto y Pilos fueron destruidos o abandonados, dejando un vacío de poder.
En este contexto de caos, Esparta, entonces una región marginal dentro del mundo micénico, comenzó a perfilarse como un punto de inflexión.
Excavaciones en el yacimiento de Terapne y el Menelaion confirman la presencia de un asentamiento micénico en la zona, vinculado míticamente al rey Menelao, esposo de Helena en la Ilíada de Homero.
Sin embargo, con el colapso micénico, las estructuras de poder locales se desmoronaron, abriendo la puerta a nuevos actores históricos.
La migración doria: ¿invasión o integración?
La tradición griega, transmitida por autores como Tucídides, Heródoto y Pausanias, atribuye la formación de Esparta a la llegada de los dorios, un pueblo que habría migrado al Peloponeso desde el norte o, según algunas fuentes, desde Creta y Rodas.
Este movimiento, fechado por Tucídides alrededor del año 1116 a. C. (ochenta años después de la mítica guerra de Troya), está envuelto en la leyenda del retorno de los heráclidas, los descendientes de Heracles que, según el mito, reclamaron el Peloponeso como herencia legítima.
El relato mitológico cuenta que los heráclidas, liderados por figuras como Témeno y Aristodemo, se aliaron con los dorios para conquistar el Peloponeso tras consultar el Oráculo de Delfos.
Sin embargo, los historiadores modernos, como John Chadwick, cuestionan la idea de una invasión violenta. Este autor propone que los dorios no eran extranjeros, sino parte de un sustrato griego ya presente en la Grecia micénica, hablantes de un dialecto diferente al de la élite palacial. La caída de los palacios permitió que estas poblaciones, hasta entonces marginadas, emergieran como protagonistas.
La arqueología refuerza esta hipótesis. No hay evidencias de destrucciones masivas atribuibles a los dorios, sino más bien de una transición gradual.
En Esparta, los dorios se asentaron en el valle del río Eurotas, ocupando aldeas como Pitane, Mesoa, Cinosura y Limnai. Este proceso, lejos de ser una conquista, parece haber sido una integración entre poblaciones indígenas y migrantes, que compartían una misma matriz cultural griega.
Los heráclidas y la construcción de una identidad
El mito como propaganda
El mito de los heráclidas no solo explicaba el origen de los dorios, sino que también sirvió como herramienta política para los espartanos.
Los reyes de Esparta, pertenecientes a las dinastías de los Agíadas y los Euripóntidas, se proclamaban descendientes directos de Heracles, presentándose como aqueos, no dorios.
Esta distinción es significativa: en un célebre pasaje de Heródoto (Hist., V, 72.3), el rey Cleómenes I, al ser expulsado de la Acrópolis de Atenas por ser dorio, replica con orgullo que es aqueo, subrayando su linaje heráclida.
Esta narrativa mítica legitimaba el poder de la aristocracia espartana y diferenciaba a los gobernantes de la masa doria.
Las tres tribus que componían la sociedad espartana —hileos (devotos de Heracles), panfilos (de Deméter) y Dimanos (de Apolo)— podrían estar vinculadas a esta tradición, reflejando una organización social que combinaba elementos micénicos y dorios.
¿Quiénes eran los dorios?
El término dorio sigue siendo objeto de especulación. Algunos lo relacionan con un antepasado epónimo, Doros, mientras que otros lo vinculan a una región llamada Doria. Lo cierto es que los dorios hablaban un dialecto griego y compartían rasgos culturales con otros griegos.
La hipótesis de Beloch y Chadwick sugiere que no fueron invasores externos, sino un grupo ya presente en Grecia que aprovechó el colapso micénico para asentarse en el Peloponeso. Su llegada, más que una ruptura, fue una reelaboración de las tradiciones locales, enriquecida por nuevas influencias.
El nacimiento de Esparta: el sinecismo
De aldeas a ciudad-estado
El proceso de formación del Estado espartano fue lento y gradual. Según Tucídides, transcurrieron cien años desde la llegada de los dorios hasta la consolidación de Esparta como entidad política.
Inicialmente, los dorios se establecieron en la región de Airgitis, en la parte alta del río Eurotas, organizados en pequeñas aldeas u obai. Estas comunidades, como Pitane, Mesoa, Cinosura y Limnai, funcionaban de manera independiente, pero compartían lazos culturales y religiosos.
Hacia el siglo IX a. C., estas aldeas se unieron en un proceso de sinecismo, una fusión política y administrativa que dio lugar al núcleo primitivo de Esparta.
Este acto no solo creó una ciudad, sino que sentó las bases de la estructura social y militar que definiría a Esparta en los siglos siguientes.
Las obai se organizaron en cinco distritos, y la población se dividió en fileas (tribus) —hileos, panfilos y dimanos—, una estructura que facilitaba la movilización militar y la cohesión social.
La forja de una identidad espartana
El sinecismo no solo unió aldeas, sino que cristalizó la identidad espartana. La combinación de tradiciones micénicas, dorias e indígenas dio lugar a una sociedad única, caracterizada por su énfasis en la disciplina, la jerarquía y la preparación militar.
Aunque los espartanos se veían a sí mismos como herederos de los heráclidas, su cultura reflejaba una amalgama de influencias, desde los cultos a Apolo y Deméter hasta la veneración de Heracles.
Los orígenes del Estado espartano son un reflejo de los tumultuosos cambios que marcaron el paso de la Edad del Bronce a la Edad del Hierro.
Lejos de ser el producto de una invasión extranjera, Esparta nació de la interacción entre poblaciones locales y migrantes, unidas por un mito fundacional que legitimaba su poder.
El proceso de sinecismo y la organización en tribus sentaron las bases de una sociedad que, con el tiempo, se convertiría en sinónimo de fuerza y austeridad.
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R. Fernández, J. Los orígenes de Esparta. (2025, 29 de abril). MuchaHistoria. https://muchahistoria.com/esparta-origen/ | Última actualización: 2025, 29 de abril.