Esparta, la mítica ciudad-Estado del Peloponeso, es a menudo evocada como un símbolo de disciplina, austeridad y poder militar. Sin embargo, su singularidad trasciende la imagen estereotipada de guerreros implacables.
Como señaló el historiador Pierre Vidal-Naquet, Esparta era una polis atípica, una entidad que, aunque reconocida como ciudad-Estado por sus contemporáneos griegos, se distinguía profundamente por su estructura social, política y urbana.
Este artículo explora la evolución del Estado espartano, con especial atención al papel de Licurgo, el legendario legislador cuya figura, entre la historia y el mito, se erige como el arquitecto de la singular identidad lacedemonia.
Esparta: una polis fuera de lo común
A diferencia de otras polis arcaicas como Atenas o Corinto, Esparta carecía de un núcleo urbano definido, una acrópolis fortificada o murallas defensivas.
Sus habitantes se distribuían en distritos rurales, y su organización social, basada en la rígida jerarquía entre espartiatas (ciudadanos de pleno derecho), periecos (hombres libres no ciudadanos) e ilotas (siervos), marcaba una clara distinción con el resto de Grecia.
Esta estructura no fue siempre así. En sus orígenes, durante los siglos IX y VIII a. C., Esparta no se diferenciaba significativamente de otras ciudades-Estado. Su constitución política incluía elementos comunes a la época:
- La Apella: una asamblea de guerreros que representaba a los ciudadanos varones.
- La Gerusía: un consejo de ancianos que asesoraba y supervisaba las decisiones políticas.
- La Diarquía: un sistema único de dos reyes, provenientes de las familias Agíada y Europóntida, que se consideraban descendientes de los míticos Heráclidas, herederos de Heracles. Sus disputas precisaban de la intervención de los unos magistrados especiales conocidos como éforos.
La diarquía, aunque peculiar, no era exclusiva de Esparta. Ciudades como Mesenia, Elis o Epiro también experimentaron sistemas similares en algún momento.
Sin embargo, Esparta perfeccionó este modelo, equilibrando el poder entre los dos reyes, la Gerusía y la Apella, bajo un marco que priorizaba la estabilidad y la cohesión.
La crisis que forjó a Esparta: Hisias y el nacimiento de una nueva identidad
Los estudios modernos apuntan a un evento crucial en la transformación de Esparta: la derrota en Hisias (669 a. C.) frente a Argos. Esta humillación militar habría expuesto las debilidades de la Esparta arcaica, forzando una reorganización profunda de su sociedad y su ejército.
La necesidad de garantizar la supremacía militar y la cohesión interna frente a amenazas externas, como la subyugación de los ilotas mesenios tras las guerras mesenias (siglos VIII-VII a. C.), impulsó la creación de un sistema político y social único.
Aquí entra en escena la figura de Licurgo, a quien la tradición atribuye la autoría de la Gran Retra, la constitución que definió el modo de vida espartano. Pero, ¿quién fue realmente Licurgo? ¿Un hombre, un mito o una combinación de ambos?
Licurgo: entre el hombre y la leyenda
Como afirmó Plutarco en su Vida de Licurgo, nada puede decirse de Licurgo que no sea discutido. Su existencia histórica es objeto de debate, y los datos sobre su vida son escasos y contradictorios.

Heródoto, en el siglo V a. C., lo presenta como una figura venerada, casi divina, a quien la Pitonisa de Delfos saludaba como un dios (Heródoto, 1, 65-66). Según la tradición, fue en Delfos donde Apolo, a través de su oráculo, entregó a Licurgo la constitución que transformaría Esparta.
Tirteo, el poeta espartano del siglo VII a. C., refuerza esta conexión con lo divino, mientras que Plutarco recoge una anécdota reveladora: la Pitonisa, al conocer a Licurgo, dudaba si calificarlo como hombre o dios.
Algunos historiadores, como Arnold J. Toynbee, han interpretado estas referencias como indicios de que Licurgo podría haber sido una deidad local, mitificada con el tiempo. Otros, sin embargo, lo sitúan como un reformador histórico, posiblemente activo en el siglo VIII o VII a. C., cuya labor fue posteriormente idealizada.
Tucídides, por su parte, lo ubica unos 400 años antes de la guerra del Peloponeso (431-404 a.C.), una cronología que resulta problemática, ya que una constitución tan compleja como la espartana difícilmente pudo elaborarse antes del siglo VII a. C.
La tradición legendaria añade más misterio. Se dice que Licurgo, tras promulgar la Gran Retra, hizo jurar a los espartanos que no alterarían sus leyes hasta su regreso. Luego, se exilió voluntariamente y, según algunas versiones, se dejó morir de hambre para garantizar que su obra perdurara.
Esta narrativa, aunque fascinante, recuerda a los relatos de otros legisladores míticos como Solón en Atenas, Dracón o incluso Moisés en la tradición hebrea. Como señala el historiador Antony Andrewes, la perpetuación del nombre de Licurgo podría ser uno de los mayores fraudes de la Historia, aunque negar su impacto cultural resulta excesivo.
La Gran Retra: el alma de Esparta
Independientemente de si Licurgo fue un individuo histórico o un símbolo colectivo, la Gran Retra encapsula los principios que hicieron de Esparta una potencia única. Este conjunto de leyes, supuestamente inspirado por el oráculo de Delfos, reorganizó la sociedad espartana en torno a tres pilares:
- La educación militar (agogé): desde los siete años, los niños espartiatas eran sometidos a un riguroso entrenamiento que priorizaba la disciplina, la resistencia y la lealtad al Estado. Este sistema no solo forjó un ejército formidable, sino que también consolidó la identidad colectiva de los espartiatas.
- La igualdad entre ciudadanos: la Gran Retra promovió la distribución equitativa de tierras y recursos entre los espartiatas, reduciendo las desigualdades económicas que podían fracturar la cohesión social. Los ilotas, esclavizados tras las conquistas mesenias, trabajaban la tierra para sostener a los ciudadanos-soldados.
- El equilibrio político: la diarquía, la Gerusía y la Apella, junto con los éforos (magistrados electos que supervisaban a los reyes), crearon un sistema de contrapesos que evitaba la concentración de poder y garantizaba la estabilidad.
Este modelo, conocido como eunomía (buen orden), convirtió a Esparta en un Estado centrado en la comunidad por encima del individuo, en contraste con la Atenas democrática, donde la libertad personal era un valor central.
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El legado de Licurgo y la Esparta eterna
La constitución atribuida a Licurgo no solo transformó Esparta, sino que también aseguró su supervivencia como potencia militar durante siglos.
La victoria en la guerra del Peloponeso (404 a. C.) consolidó su hegemonía, aunque a largo plazo, la rigidez de su sistema, la dependencia de los ilotas y la baja natalidad de los espartiatas contribuyeron a su declive.
El legado de Licurgo, real o mítico, trasciende su figura. Como legislador, simboliza la capacidad de una sociedad para reinventarse frente a la adversidad. Como mito, encarna los valores de disciplina, sacrificio y cohesión que definieron a Esparta en la imaginación colectiva.
Hoy, su nombre resuena no solo en los libros de historia, sino también en la cultura popular, donde Esparta sigue siendo sinónimo de resistencia y excelencia.
- Fernández Uriel, P. (2014). Historia antigua universal II. El mundo griego. Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).
- Heródoto. (1977). Historias (C. Schrader, Trad.). Madrid: Gredos. (Obra original publicada ca. 440 a. C.).
- Cartledge, P. (2002). Sparta and Lakonia: A Regional History 1300-362 BC. Routledge.
R. Fernández, J. Características políticas de Esparta. (2025, 27 de mayo). MuchaHistoria. https://muchahistoria.com/esparta-caracteristicas-politicas/ | Última actualización: 2025, 27 de mayo.